jueves, 19 de noviembre de 2009

TEJERÍA

LA TEJERÍA EN 1660


            La Tejería, situada en los antiguos sotos que llevan su nombre, y a la que hoy se le doblan las costillas a causa del abandono y de las inclemencias del tiempo, estuvo en funcionamiento hasta hace unos sesenta años, más o menos. Así que los abuelos de más edad de Burgui podrán dar razón a los hijos y nietos que sientan interés por el pasado del pueblo, de cómo funcionaba entonces este servicio municipal. Yo hoy me sitúo bastante más atrás, en el año del Señor de 1660.
            El 14 de marzo de 1660 comparecieron los que luego enumeraré ante el notario de Burgui, Pascual Bronte. Cabe destacar que este letrado–es bien burguiar el apellido- ejerció la notaría casi durante cuarenta años.  Durante ese periodo Pascual Bronte ejercía su función  no solo para los vecinos de nuestro pueblo, sino también para otros pueblos del valle. Pues bien, comparecieron ante tal notario Juan Lorea (¿de esa familia derivaría el nombre del portillo...?), Miguel Glaría y Miguel Sanz, regidores del pueblo por una parte, y, por la otra, el que sería el arrendatario ese año de la tejería, Francisco Aguirre,  vecino del lugar de Samper  de baxanabarra del Reyno de Francia.  No es la primera vez  que venía un oficial  texero francés. En 1652, por ejemplo, arrendó la tejería Bernarde de la Viele de Mugurri, también de la Baja Navarra.
            ¿Cómo funcionaba el servicio municipal de tejería? Los vecinos de Burgui comunicaban al Ayuntamiento la cantidad de tejas y ladrillos que, según sus previsiones, iban a necesitar próximamente para hechura o arreglos de sus casas y bordas. Digo ‘próximamente’ en sentido amplio, porque parece que no todos los años se arrendaba la tejería. Cuando el Ayuntamiento, por la cantidad y urgencia de los pedidos, creía conveniente, se convocaba el arriendo.
            Las cláusulas del arriendo de este año 1660 tienen su interés. En primer lugar, se convino que al tejero hará la texa y ladrillo de dos hornadas, aunque si hiciera falta una tercera hornada, se realizaría.  No sé cómo sería la hornada, pero cabe suponer, o que en cada hornada se cocía bastante material, o que  el pedido no habría sido muy alto. Lo que está claro es que el tejero hacía las unidades solicitadas y permanecía en el pueblo solo mientras cumplía con su trabajo. Después cogía los bártulos y... a otra tejería a cantar. 
            Otra condición era que la tierra que se acostumbra a llevar  a la texería de la bachondoa la acarreen los vecinos para los que se va a cocer la teja y el ladrillo. Bachondoa  parece que quiere significar ‘junto a Bacha’, término bien conocido por todos, por sus viejos quiñones, ahora transformados en viveros de pino. De Bacha, pues, debían llevar la tierra, que luego en la tejería se encargarían de refinar, con alguna especie de molón tirado por caballerías, en esta proporción: una carga de tierra por cien tejas, y lo mismo (una carga), por cien ladrillos.
            Regidores y vecinos estaban presentes cuando salían las hornadas, para inspeccionar el producto,  de modo que toda texa y ladrillo que saliere mal cocida sea hechada affuera, lo mismo que las que salieren demasiado cocidas, que estén torcidas y que no sean apegadas unas con otras. Antes de pagar, había que revisar el género para comprobar si estaba a gusto del consumidor.
            También se exigía al tejero que aya de hacer (tejas y ladrillos)   y  aga de la misma marca,  largura y  reciura que se acostumbra en la villa. En palabras más actuales, no cambiar de modelo. 
            ¿Cuál era el precio del producto? Este año de 1660 los vecinos debían pagar  a Francisco Aguirre tres ducados, unos 75 reales (el sueldo del peón venía a ser de 3 reales sin la costa), por  mil tejas; y 30 reales, por millar de ladrillos. El precio, pues, lo imponía el ayuntamiento, no se dejaba al arbitrio del tejero.
            Como los tejeros de entonces no debían ser precisamente unos potentados, el ayuntamiento procuraba hacerles algunos adelantos para que pudieran trabajar sin pasar demasiada necesidad. Así, otra cláusula determinaba que al tejero, mientras trabajaba,  se le hay de dar por quenta de la villa una carga de trigo, y que los vecinos (le den) para companaxe. En otras palabras, el ayuntamiento, para el pan; los vecinos, para potaje y ración. Pero esos anticipos  se descontarían del total al hacer las cuentas.
En resumen, que el oficio de tejero no debía ser precisamente una bicoca. En beneficio de los vecinos se ajustaba mucho los precios, que serían muy parecidos en los pueblos del entorno. Pero se cumplía con un buen servicio a la comunidad. Siempre ha sido muy agradable ‘dormir bajo teja’, arrullado al son de las goteras.
(Texto: Félix Sanz)

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